El motín de las verduleras de 1892

Verduleras junto al Mercado de la Cebada

Las verduleras siempre han sido mujeres de armas tomar. Luchadoras por el pan de ellas y sus hijos no se arredraban ante nadie; su lenguaje popular, descarado y en ocasiones obsceno se ha convertido en un lugar común. Un periódico en 1846 nos cuenta la "prudencia y sigilo" que utilizaban.

La funesta pasión de los celos, que tantas víctimas tiene á su cargo, ha llegado á penetrar hasta de la plazuela de San Miguel. Ayer á las ocho de la mañana dos verduleras que adolecían de esta enfermedad, trataron de desahogarse con aquella prudencia y sigilo que acostumbran. La primera insinuación fue tirar una de ellas á su rival una pesa de dos libras. En seguida se agarraron tan fuertemente del pelo, que entre ocho hombres no pudieron separarlas hasta que se quedaron con los mechones en la mano. Se golpearon á su placer, aturdieron el barrio á gritos, hasta el punto de causar un medio motín en tales términos, que á no haber acudido la policía, indudablemente las hubiera sucedido lo que á los dos famosos perros del matadero de Sevilla, que se comieron el uno al otro y solo dejaron los rabos. 
La Esperanza 18/10/1845

El margen que les quedaba a las verduleras tras las ventas era escaso por los precios que les imponían los asentadores o mayoristas, así que no admitían regateos.

Acercóse una señora á un puesto de fruta, y preguntó á la mujer que la vendía á cómo daba los melocotones.
—A dos reales, contesto esta.
—Quiere Vd. a doce cuartos?
—Pues yo! a doce cuartos.... que barato compra Vd. señora... el demonio de la señora del trompón... cuando no la he tirao la pesa a la cabeza...
De esta manera y usando otras veces de las palabrotas mas obscenas y groseras, suelen provocar escandalosamente á los compradores hasta que se hallan á larga distancia. Este es un abuso muy antiguo en Madrid, donde los encargados de hacer guardar el orden en los mercados, parece se cuidan poco de evitar estas escenas repugnantes.
El Español, 06/08/1846

A lo largo de los años hubo muchos tumultos protagonizados por las verduleras. En 1885, en un momento de escasez de alcachofas, un día los acaparadores adquirieron al contado una gran partida de alcachofas para entregarlas luego a precio crecido a las vendedoras ambulantes. Se corrió la voz del abuso entre las verduleras e iniciaron un tumulto.

Un grupo de 1.000 próximamente bajaron al sótano de la plaza, centro del mercado al por mayor, y repitió allí con más energía las protestas comenzadas en la calle. Algunas vendedoras, más atrevidas que sus compañeras, se arrojaron sobre los revendedores, arañándolos y dándoles de palos con tal furia, que en pocos momentos hicieron varios contusas y algunos heridos [...] Los revendedores se ponían precipitadamente en salvo; los guardias de orden público y municipales interponían inútilmente su autoridad siendo arrollados en distintas ocasiones, y las verduleras protestaban volcando infinidad de sacos de patatas y cestas de espárragos y otras verduras que pisoteaban ó arrojaban á los guardias. Todas las hortalizas que había en el sótano, cuyo valor ascendía á 10.000 pesetas próximamente, quedaron destrozadas.
Una vendedora joven, encarándose con un vendedor, le preguntó:
—¿Cuánto vale la docena de alcachofas?
—Catorce reales.
—Tómelos V., dijo; y levantando un palo de romana dio tantos y tales golpes al asentador, que á no quitárselo de las manos, hubiese dado de él muy mala cuenta.
El Día, 21/03/1885

Pronto se personaron las autoridades para calmar los ánimos y negociar.

No recibieron por el pronto muy bien las amotinadas á las autoridades; pero merced á grandes esfuerzos, el gobernador penetró en medio de ellas, ó imponiéndoles silencio, logró hacerse escuchar.
—¡A ver, una comisión que me explique lo que pedís! ¡Esta y esta!...
—¡No! ¡esa no! ¡Yo! y ¡yo!...
—¡Silencio!
Por fin lo hubo. Una verdulera tomó la palabra:
—Señor gobernador: nosotras sólo queremos justicia, que es lo que no se usa por esta tierra. Nosotras somos unas pobres y esos unos gandules, quo nos roban el pan de nuestros hijos. Diga usía, ¿es justo que esos... tíos ganen muchos días 40 duros y nosotras sudamos el quilo para ganar 40 céntimos? ¿No ha quitado usía los revendedores pa los espectáculos públicos? ¿Pues no es más preciso comer que divertirse? 
La Época, 22/03/1885

En la calle de la Ruda se instalaban multitud de verduleras ambulantes para vender su mercancía. El paso solía quedar obstruido y la calle sucia por restos de verdura cuando se retiraban las vendedoras. Las quejas eran frecuentes.

MAS QUEJAS.—La calle de la Ruda se ha convertido en una mansión de furias, á juzgar por los descompasados gritos y obscenas palabras con que algunas verduleras allí situadas corrompen el aire, por medio del cual llegan sus inmorales dichos á oídos de jóvenes honestas y de la pacífica vecindad. Las referidas vendedoras impiden además el tránsito ó insultan á cuantas personas de ambos sexos tienen la desgracia de pasar, y de vez en cuando disputan unas con otras, resultando de semejantes contiendas una salva de puñetazos, tirones de orejas, repelones y zapatazos. Esperamos que la autoridad haga cuanto esté de su parte para evitar un mal de que se nos han quejado ya varios padres de familia. Bien es verdad que es propio de la época en que vivimos. Ahora por desgracia se piensa en comprimir el pueblo, no en educarle.
El Clamor Público, 23/07/1853

Verduleras en la calle Toledo esquina a la calle de la Ruda

En 1887 se produjo una gran disputa entre las verduleras del mercado de la Cebada y las de la calle de la Ruda.

Las verduleras de los puestos fijos, se quejaban de la escasez de venta y de la insostenible competencia que las hacían las vendedoras ambulantes, sus constantes enemigas. Estas palabras fueron oídas por algunas de sus competidoras, y contestaron con amenazas, injurias y unos cuantos patatazos. Los guardias municipales y de Seguridad quisieron poner paz entre las amotinadas, y entonces resultó lo que era de esperar: un tumulto espantoso  y una gritería inmensa, que duró hasta las nueve de la mañana. A esta hora parecía que los ánimos de las amotinadas se habían calmado, pero como los municipales retenían las cestas recogidas á las vendedoras ambulantes, al ver que no se las entregaban, comenzó de nuevo la gritería y el motín se reprodujo con más brío que antes [...] el escándalo estaba en su período álgido; pero se había logrado interponer un fuerte pelotón de guardias al mando de sus jefes entre la calle de la Ruda, donde seguía arreciando la contienda, y las batalladoras verduleras tropezaron con el primer inconveniente: el aislamiento. El teniente alcalde del distrito, el delegado de mercados y el inspector, lograron interponerse entre las amotinadas, y fueron poco á poco aplacando su cólera.
El País, 16/11/1887

Pero fue en 1892 cuando las verduleras de la calle de la Ruda iniciaron el gran motín conocido "motín de las verduleras". Contra lo acostumbrado, todos los periódicos de la época publicaron detalladísimas crónicas sobre todos los incidentes producidos, destacando especialmente las de El Siglo Futuro, El Día y El Correo Español en los números publicados los días 2 y 3 de julio de 1892.
El conflicto se originó por una brusca subida de arbitrios. La comisión del Ayuntamiento encargada de la redacción de la tarifa de arbitrios, formó otra que variase los precios, de 10 céntimos a una peseta, a través de una escala que se publicó.

Para que nuestros lectores puedan juzgar de la equidad que ha presidido al establecimiento de los impuestos en cuestión, hé aquí, tomados al azar, algunos artículos de los comprendidos en la tarifa que van a pagar:
[...] 
Pagarán 25 céntimos: vendedores de frutas, verduras y sal, por cada banasta, sera, bandeja, caja ó cualquier artefacto semejante.
[...]
No necesitamos esforzarnos para demostrar que esto no es más que el impuesto sobre la miseria.
El Correo Español, 02/07/1892

El nuevo arbitrio entraba en vigor el 1 de julio pero la ineficaz burocracia del ayuntamiento hizo que no hubiesen llegado a las Inspecciones municipales los correspondientes recibos. El día 2 de julio comenzó en la calle de la Ruda el cobro.

En cuanto los guardias empezaron con toda solemnidad, armados de lápiz y cartera, la cobranza, en aquel punto, empezó la batalla, que no acabó en todo el dia.
—¡No pagamos!
—¡Mueran los guardias!
—¡No queremos dejarnos robar!
—¡Que nos dejen comer!
—¡Abajo el impuesto!
El Siglo Futuro, 03/07/1892

La calle de la Ruda fué donde se originó el motin. Las verduleras que ocupan las dos aceras en toda extensión de la calle excitadas ante la tenacidad de los exactores del impuesto y movidas de un sólo impulso, retirando ó abandonando sus mercancías uniéronse todas para insultar a los guardias, y en medio de una gritería infernal obligaron a las que tenían puestos ó establecimiento fijo á cerrarlos, y se encaminaron á la plaza de la Cebada. El numero engrosaba por momentos, y dentro ya del gran mercado de hierro, suspendieron las transacciones, cosa que les fué muy fácil, porque muchas se les unían espontáneamente y otros vendedores aprovechaban la ocasión para eludir el pago por el dia de hoy. Los que se resistieron á cerrar vieron en un momento destrozadas sus mercancías. El mercado de la Cebada quedó desierto y los puestos y almacenes cerrados. La manifestación se organizó, ó para hablar con más propiedad, se improvisó delante del mercado; flotaron varias banderas con los colores nacionales, algunas ostentando inscripciones, y en derredor de ellas se agruparon las amotinadas.

En la plaza de la Cebada, una rubia de buenos ojos y toda desgreñada, conocida, según se nos dijo, por la Sarasate, enarboló la bandera de la rebelión, llevando en la diestra mano una larga vara, en cuyo extremo ondeaba un pañuelo encarnado. Siguieron á esta insignia, en el primer momento, setenta vendedoras. He aquí el discurso de la Sarasate:
«Compañeras de desgracia, compañeras ultrajadas por los de la plaza de la Villa, en estos momentos, ya en todas las plazuelas, están dispuestas á no pagar para vicios á los que tienen más dinero que nosotras. Todas hemos de ir por diferentes calles de las más próximas á esta plazuela, á fin de obligar á todo el comercio á que nos secunde en nuestro propósito, y ¿sabéis cómo hacerle que cierren las puertas? ¡Unión y nada más!» Multitud de voces de las asociadas: ¡Bravo! ¡Bien dicho! O semos ó no semos. Otra voz: ¡Chicas, á comprar varas y hacer banderas! La multitud se dirigió á una tienda donde veían dichas varas, é inmediatamente casi todas las mujeres ostentaban la señal de la insurrección.
Cuando la multitud estaba dispuesta á cumplir su programa, un guardia municipal tuvo el mal acuerdo de querer cobrar el impuesto á una vendedora, á inmediaciones de la calle de la Ruda. Entonces empezó el movimiento, y estalló el conflicto. El guardia tuvo que entrar precipitadamente en un portal para defenderse de las piedras que le dirigían las amotinadas.
Varias voces- Dejadle, chicas, él cumple con su deber [...]

La Ilustración Nacional. La Sarasate arengando a sus compañeras

Ante el cariz que tomaba la sublevación las autoridades municipales se asustaron y acudieron al gobernador.

Llegada del gobernador. Las nueve serían cuando el señor marqués de Bogaraya, enterado de lo que ocurría, se presentó en el lugar del suceso acompañado de su secretario y algunas autoridades. Empezó por aconsejar á las manifestantes que depusieran su actitud, y que fuesen á su despacho á manifestarle aquello que ellas creían perjudicial á sus intereses, que él las atendería en sus pretensiones, y que despejasen la vía pública, restableciendo con ello el tránsito de tranvías y carros que en cifra numerosa obstruían la calle de Toledo y adyacentes.

Muchas de las manifestantes hablaban á la vez al gobernador, exponiéndole sus quejas y sus deseos, y en verdad que la situación era difícil para entenderse, pues no se oían más que estas ó parecidas frases, acompañadas unas veces de silbidos y en varias ocasiones de aplausos:
—Todos son lo mismo.
—Siempre todo esto acabará pa ná.
—No somos españolas, no tenemos sangre en las venas, y los hombres son unos gallinas.
[...]
Después de conferenciar á duras penas el gobernador con las amotinadas, dentro del Mercado, que se abrió exclusivamente para el caso, sin que pudiera hacerse entender de ellas, salió de aquel centro mercantil y dirigióse á pié por entre la masa de carne humana en dirección al Gobierno civil.
Una de las amotinadas que escuchó de labios del gobernador que todo se arreglaría, exclamó frente al instituto de San Isidro:
—Compañeras, ¡viva el gobernador!
Y la multitud exclamó:
—¡Vivaaa!...
Pero esto duró poco tiempo, pues cuando los vítores concluyeron, otra voz vino á turbar el relativo reposo. He aquí la voz que dio la Pelusa, una de las protagonistas del alboroto:
—¿Sabéis lo que os digo? Que todo esto va á ser una coba.
Voces: ¡Abajo el arbitrio! ¡Abajo los abusos!

Mientras una parte de las verduleras seguía al gobernador hasta el Gobierno Civil para negociar, otra gran parte empezó a recorrer las calles para imponer el cierre de los comercios. El único negocio que consideraron imprescindible y respetaron fueron las boticas.

Para conseguir este propósito llegaban hasta la violencia, gritando con voces destempladas:
—¡Fuera la venta!.... ¡A la calle todo el mundo!.... ¡Que se coman los codos de hambre todos los ricos!
 
Tocó en turno la tienda número 7 de la calle del Humilladero, y una mujer, dueña de la misma, que se hallaba con su hijo, joven de unos veinte años, se rebeló contra las exigencias de la manifestación, y á voz en grito exclamó: «¡No cierro, ni cerraré, y no es porque no esté conforme con vosotras; es porque creo que ningún provecho obtendré con complaceros!»
Allí fué Troya.
Una voz.—Que cierre.
Varias voces.—Que esas puertas no permanezcan asi ni un momento.
La dueña y el hijo.—No cerramos.
La multitud.—¡A ellos!
Y seguidamente piedras que llevaban en prevención las amotinadas, trozos de vasijas que rompían en la vía pública á los que las llevaban, pero con asentimiento de las poseedoras, todo fué lanzado súbitamente sobre el hijo y la madre. Estos, cada uno con un enorme garrote, hicieron frente á la multitud. Los defensores de su tienda, al ver la esposición que corrían, abandonaron el palo en señal de capitulación, y cinco minutos después aquella fortaleza quedó herméticamente cerrada.

Un tabernero apodado El Che se negó á cerrar la tienda, diciendo:
—¿A qué queréis que cierre? ¿Cómo vendo yo?
—No hay más remedio, ó romperemos todo lo que haya en la tienda—contestó una verdulera.
—Pues mira, que entren todas y que beban lo que quieran. Yo convido.
Como era natural, en vista de la invitación entraron aquéllas en el establecimiento y tomaron cuantas copas quisieron. Seguidamente El Che cerró su tienda y las verduleras empezaron á aplaudirle.

En el Gobierno Civil el marqués de Bogaraya fue entrado casi en brazos por los oficiales del cuerpo de Seguridad que tuvieron que arrancarle de entre las vendedoras que le acosaban estrechamente a fin de manifestarle sus cuitas y pretensiones.

—Dejadme—decía el gobernador;—ahora, en cuanto pueda penetrar en el edificio, recibiré á una comisión de vosotras, os escucharé y se arreglará todo.

Un periódico dejó registrado para la posteridad los nombres de algunas de las que componían la comisión.

He aquí el nombre de los que la formaron: Carolina Paraper, presidenta; y de las vocales Valentina Trejo, María Fernández, María Pintado, Manuela Gallo, Matilde Lago, María López, Alejandra López, Gregoria León, Matilde Yañez, Vicenta Cabanas, Josefa Serrano, Carmen Moya, Esperanza Tabaca, Manuela Ortiz y algunas otras cuyos nombres no recordamos, porque al preguntarlas ya dentro del gobierno civil como se llamaban, todas nos contestaron á la vez.

Tras una corta conferencia el gobernador les aseguró que el incremento en el arbitrio quedaba anulado y que volverían a pagar la misma tarifa que el año anterior. En prueba de ello, el alcalde publicó un bando que fue fijado en las esquinas.

Alcaldía-Presidencia del Ayuntamiento de Madrid.
Para que sea conocido con claridad por el público el verdadero alcance del impuesto llamado de vendedores ambulantes, esta Alcaldía-Presidencia hace saber que el citado impuesto se seguirá cobrando en la misma forma y por la misma cuota que durante el año económico anterior, pues no se ha introducido en esta materia variación alguna.
Madrid 2 de Julio de 1892.—El alcalde presidente, Alberto Bosch y Fustegueras.
 
Verduleras junto al Mercado de la Cebada

Pero ya era tarde para poder desactivar el motín. En la calle surgieron nuevas protestas y nuevos gritos: «No queremos eso tampoco: queremos la desaparición total del impuesto». Vista la imposibilidad de disolver el tumulto por la vía pacifica, el gobernador se puso de acuerdo con el coronel de la Guardia Civil, señor Fajardo, y ambos convinieron dar una carga, que ocasionó los sustos y carreras consiguientes. A partir de este momento las cargas se sucederían a lo largo del día porque el motín ya se había extendido por todos los mercados y calles céntricas de Madrid. Por la mañana se habían unido las lavanderas a las sublevadas, pero por la tarde ya se habían incorporado hombres, mujeres de todos los oficios y desocupados que se apuntaban a cualquier tumulto.
Aún hubo otro intento de acabar con el motín cuando a las cinco de la tarde el gobernador publicó otro bando que ya no era conciliador.

D. Gonzalo de Saavedra y Cueto, marqués de Bogaraya, gobernador civil de esta provincia.
Hago saber: Que habiéndose hecho por mi autoridad durante la mañana de hoy todo género de exhortaciones á los grupos tumultuarios que discurren por las calles de esta capital, sin que haya dado resultado alguno, prevengo á los revoltosos que estoy dispuesto á utilizar las facultades que la ley me concede contra los que no depongan inmediatamente aquella actitud, y usaré contra ellos de la fuerza armada, sin consideraciones de ningún genero, hasta dejar expedito el tránsito público y restablecido el orden. De la prudencia y cordura de los habitantes de Madrid espero todavía que habrán de evitarme la dolorosa necesidad de usar con todo rigor de los medios coercitivos más enérgicos; pero si así no fuese, desde luego advierto que la energía de la represión corresponderá á la violencia de las agresiones.
Madrid 2 de Julio de 1893.
EL MARQUÉS DE BOGARAYA

Pero en las calles ya se escuchaban otros cánticos y voces.

Desde la plaza de Antón Martín á la calle de la Magdalena, desembocó un grupo cantando la Marsellesa y produciendo bastante alboroto. Entonces, de la plaza del Progreso, salieron unos 20 guardias civiles de á caballo. Los portales se cerraron, hubo carreras. Pero el grupo se disolvió.

De las verduras a «La Marsellesa»
Lo que empezó esta mañana por una protesta de las verduleras contra la gestión del alcalde ha venido á parar ¡quién lo creyera! en vivas á la república y cánticos de «Marsellesa.»

La Puerta del Sol y otros puntos principales fueron ocupados militarmente y la revuelta se extinguió al llegar la noche y vaciarse las calles; muchas estaban a oscuras porque todos los faroles estaban rotos. Al día siguiente hubo un tímido intento de reanudar la revuelta pero no prosperó.

Esta mañana á las ocho, un grupo de verduleras y algunas lavanderas intentaron promover nuevo alboroto en la plaza de la Cebada; pero las parejas de la Guardia civil, enviadas desde la madrugada en previsión de lo que pudiera ocurrir, han disuelto el grupo, sin que á la una y media de la tarde, hora en que cerramos nuestra edición de provincias, haya ocurrido ningún nuevo incidente. En los mercados, en la calle de Toledo y Embajadores hay parejas de la Guardia Civil por sí ocurriera algo durante la tarde de hoy.

La calle de la Ruda en la actualidad. Al fondo la Plaza de Cascorro

A MODO DE EPÍLOGO

El motín de las verduleras fue un motín provocado por el incremento abusivo de un arbitrio. Al ser las verduleras trabajadoras autónomas no dependientes, este motín no puede encuadrarse en la lucha del movimiento obrero. Además, cuando las verduleras fueron a la Fábrica de Tabacos buscando el apoyo de las cigarreras, no lo consiguieron.

El grupo tumultuoso se detuvo frente al a Fábrica y prorrumpió en gritos y excitaciones para que salieran las cigarreras. Estas, en prueba de que no querían unirse al motín, cerraron las ventanas. Las cigarreras decían:
—Cuando nosotras tuvimos disgustos nadie nos ayudó, á nadie ayudamos nosotras.
Las vendedoras tiraron piedras á las ventanas y puertas.
El Siglo Futuro 03/07/1892

Las vendedoras ó manifestantes [...] llegaron á donde querían, frente á la puerta de la Fábrica de Tabacos, á pedir auxilio á las cigarreras, que no sabemos con qué carácter iban á prestárselo, puesto que ellas ni son ambulantes ni vendedoras, que sepamos [...] visto por las manifestantes que no lograban su objeto, decidieron seguir la peregrinación.
El Día, 02/07/1892

Fue un movimiento popular fuera de los partidos políticos de la época.

Este no es movimiento fusionista, ni republicano, ni socialista, ni anarquista. Por el contrario, fusionistas -y republicanos—se entiende los que componen las minorías de ambas Cámaras—no son mejor tratados por el pueblo, pues de los primeros dicen que todo eso del debate político es una farsa, y de los segundos dicen que ni al aumento de las tarifas de ferrocarriles se opondrán sino por fórmula. Este es el alzamiento de un pueblo oprimido, á quien se ahoga con los nuevos tributos, y á quien la vida es ya una carga pesada bajo la dominación desastrosa del liberalismo.
El Correo Español, 02/07/1892

Fue un motín femenino —el feminismo aún no existía— porque las verduleras rechazaron la participación de los hombres que eran tildados de "gallinas" o "inútiles".

En la calle de Traviesa, contigua al gobierno civil, un grupo como de una docena de mujeres sorprendió al coronel Morera, y aprovechando lo estrecho del sitio, que le impedía defenderse, descargó sobre él buen número de palos, de los que con dificultad logró librarse el jefe del Cuerpo de Seguridad.
Una manifestante decía, al ver que los hombres tomaban parte en el motín:
—¡Fuera los hombres! Cuando las mujeres hacemos lo que es debido, no deben meterse los hombres en nuestras cosas.
La Correspondencia de España, 03/07/1892

En la Plaza Mayor la mujer que capitaneaba el grupo más numeroso luchó cuerpo á cuerpo con un guardia civil, diciendo á éste:
—¡Pega, hombre! ¡Si no lo haces, no valdrás ni los once reales que ganas!
El Siglo Futuro, 03/07/1892

Los periodistas adoptan un tono como si estuviesen relatando otro 2 de mayo, pero están interesados en resaltar el atractivo físico de algunas amotinadas.

La hija de la Pelos, una muchacha muy conocida en los puestos de la calle de los Tres Peces, estuvo hecha una brava disparando proyectiles, fabricados sobre el mismo campo de batalla con coles y repollos, hasta agotar todas sus municiones. Otra heroína, muy guapa por cierto, ha sido María Ugalde, que enarbolaba una bandera nacional, y como si fuera primer espada á quien le molestasen en la brega los de su cuadrilla, decía á grito pelado, con trágico ademan:
—¡Fuera los hombres! Nos bastamos las mujeres.
El Día, 02/07/1892

María Ugalde, una joven de unos veinte años de edad, rubia, delgada y de fisonomía muy simpática, era digna de llevar la bandera. Se la ha visto en los sitios de mayor peligro, muy serena. Cuando en las postrimerías de la jornada la vimos en el gobierno civil estaba ronca, pero muy animosa. Petra Algarra, tipo completamente opuesto, muy morena, de ojos vivos y también joven, llevaba puesta una boina encarnada.
El Día, 02/07/1892

Hermosísima era otra capitana que blandía en la diestra un hermoso bergajo, con el que se vanagloriaba que había dado muchos palos. Victoria Castro, que así se llama esta linda chiquilla, no es vendedora, ni verdulera; y si tomó parte tan activa en varios de los episodios de la jornada, ha sido á impulsos del amor filial. Victoria es hija de un anciano vendedor ambulante, que trabaja para que su hija sea la reina del barrio con lo que le produce su modestísimo comercio.
El Día, 02/07/1892

El símbolo más utilizado en las marchas de las verduleras aquel día fue una escoba o un palo con un trapo rojo o negro atado a su extremo. También utilizaron cuatro banderas con los colores nacionales en dos de las cuales aparecían estas inscripciones: ¡Vivan las vendedoras! ¡Abajo el impuesto! Los periodistas se fijaron en los símbolos que llevaban algunas manifestantes: una escoba, un palo de silla y una tabla de una cuna. Otra, en un palo, llevaba un delantal negro, en la punta del palo una vejiga y unos rábanos atados al pico del delantal. Sobre una horquilla de colocar cortinas había puesto otra un panecillo de los llamados redondos, un pedazo de percalina encarnada y unas flores.

Estas verduleras de armas tomar eran autónomas, muchas no tenían marido ni querían tenerlo, y en una época en la que las mujeres "decentes" tenían vetado acudir a los cafés elegantes, ellas acudían a los cafés populares de San Millán o del naranjero en la plaza de la Cebada. A pesar de todo sabían que estaban en el escalón más bajo de su autonomía, el de las que ni siquiera tenían concedido un puesto fijo en el mercado.



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