Tiempo de carnaval (I)

Pieter Brueghel el Viejo. 1559. La lucha entre Carnaval y Cuaresma

La palabra 'carnestolendas', que aparece frecuentemente en los periódicos del siglo XIX, proviene del latín y tiene el significado de 'retirada de la carne'; se refiere a los días previos al miércoles de ceniza que es el comienzo de la cuaresma. Las madrileños esperaban con impaciencia esos días de carnaval en los que se toleraba cierta subversión social. Los enamorados encontraban oportunidad de tratarse sin la vigilancia de una madre o un tutor; en los matrimonios, el hombre o la mujer podían acudir a un baile de máscaras para flirtear o citarse con su amante, confiando cándidamente que el otro no hiciese lo mismo; las chicas jóvenes podían acudir a sus primeras fiestas; bajo el anonimato del disfraz se podían gastar bromas más o menos pesadas a los conocidos, por pura diversión o por consumar una pequeña venganza; los subordinados con máscara se permitían tutear a sus superiores y soltarles alguna pulla; había francachelas públicas con comida y bebida...
Como sucede en todas las celebraciones, las diversiones iban cambiando con los tiempos. 
 
La ilustración que de pocos años acá adelanta prodigiosamente en nuestro pueblo, va desterrando de Madrid ciertas prácticas carnavalescas de mal género, de las cuales aun quedan algunos rezagos en los barrios bajos. Una de ellas es saludar á los pasageros con bombas de agua de jabón, en plantarles mazas y rabos, consistiendo aquellas en un redondo ó careta recortada de paño, impregnada en polvos de yeso, que se arroja al descuido sobre la espalda del prógimo distraído, y estos en largos trapos ó papeles que con un alfiler hecho gancho se prenden á los vestidos para mover á risa á los que lo ven, y saludar á los chasqueados con una grita ó cencerrada, ó con los cantares de «saca la maza que la lleva, el borriquito que va á la plaza, ó saca el rabo etc.» Empero aun mas pesadas eran estas burlas en lo antiguo, pues que aun en el siglo pasado se divertían las criadas de las casas en desplanchar las valonas de los caballeros á geriganzos que les tiraban desde los balcones y ventanas por entre las celosías; en arrojar los jóvenes á las damas huevos llenos de agua de olor, y en insultar la plebe á las damas que iban en sillas de manos y mofarse de sus rodrigones, que así llamaban á los lacayos, que las acompañaban á caballo; asi como también el chasquear en los convites y el preparar monedas clavadas en el suelo para burlarse y dar una estrepitosa cencerrada al crédulo que se bajaba á cogerlas.
Museo de las familias, 25/02/1847
 
Los 'gallos de carnaval' era una de las diversiones tradicionales que seguía celebrándose; era como el juego de la piñata pero más cruento.
 
los gallos de carnaval que hemos visto estos años en Madrid á las lindas manólas del Lavapies, el cual consiste en atar seis ó siete de dichas aves en una cuerda tirante de una á otra acera, y vendadas las jóvenes citadas, dirígense con un espadín desnudo hacia el parage donde vienen á caer los gallos descargando un tajo hacia ellos para alcanzar el premio, siendo la diversión el que ó antes de llegar ó después de pasar, descarga el golpe la que marcha á la suerte y queda burlada lo que promueve á risa generalmente.
Observatorio pintoresco, 10/09/1837
 
El manteo del pelele, que fue inmortalizado por Goya en un cartón para tapiz, es una diversión que recientemente ha sido recuperada en el carnaval de Madrid.
 
Una de las diversiones mas grandes del Carnaval, han sido hasta nuestros dias los peleles. Eran estos unas figuras de hombre y de muger que se colocaban en los balcones y ventanas de las personas de buen humor, ó en las puertas de las festivas y graciosas manólas del Avapies y demás barrios bajos. Si los de los balcones no tenían otro objeto que el de provocar la risa por sus caretas y disfraces, los de estas servían para diversión de las graciosas y saladas hijas del Manzanares, que se entretenían en mantear al pelele al compás de festivos cantares hasta que le destrozaban, concluyendo por quemarle el martes en la noche antes de empezar sus airosos bailes.
Museo de las familias, 25/02/1847

La fiesta popular más ruidosa era el famoso 'entierro de la sardina' que entonces se celebraba en la llamado pradera del Canal. Este paraje actualmente corresponde con Madrid Río por los alrededores del puente de Praga.
 
El miércoles por la tarde tuvo efecto el pomposo entierro de la Sardina, en la pradera del Canal [...] Multitud de carruajes particulares y de alquiler, calesas, tartanas, caballos y gentes á pié llenaban el espacio que media entre la puerta de Atocha y el embarcadero, desde la una de la tarde hasta las ocho de la noche [...] Los que ocupaban las orillas del rio y del Canal se entretenían en bailar y comer con el mayor orden, y sin que haya habido que lamentar la menor desgracia. El verdadero entierro de la Sardina se hizo con grande ostentacíon y aparato. Rompían la marcha, á guisa de batidores, seis moros montados en pollinos, tocando cornetas, pífanos y atabales y marchaba detrás el carro fúnebre tirado también por dos jumentos y acompañado por unos cuantos enmascaradog á pié; á quienes precedía un estandarte negro. La caja de la sardina era un pellejo pequeño de vino, dentro del que se veía el pescado cadáver. Inútil es decir que el numeroso cortejo que iba luciendo el duelo, se mostraba orgulloso en estremo, al ver que su plan funerario obtenía la aprobación unánime de los concurrentes, manifestada por fuertes gritos de contento y por repetidos aplausos.
El Clamor público, 20/02/1847
Con el fin de hacerse popular entre los madrileños, en 1811 el rey José I —conocido popularmente como Pepe Botella— autorizó los bailes de máscaras por carnaval en el teatro de los Caños del Peral, antecesor del Teatro Real en la actual plaza de Isabel II. Los bailes empezaban a las 8 de la noche y concluían a las 6 de la mañana al son de dos "primorosas" orquestas que tocaban alternativamente. Se publicó un reglamento con normas que debían cumplir los asistentes.
 
Reglamento del baile de máscara que se há de hacer en el teatro de los Caños del Peral en los días 21, 24, 25 y 26 de febrero de 1811.
1.° Qualquiera persona podrá entrar en el baile con disfraz ó sin él.
2.° Ninguno que se haya presentado de máscara ya en el baile podrá descubrirse en él, ni quitarse el disfraz por ningun motivo; y para hacerlo deberá ser en el guardarropa.
3.° Habrá dos piezas separadas, destinadas para guardarropa, y vestirse el que lo necesitare, una para hombres, y otra para mugeres, con perchas numeradas, en que se colocarán por dependientes de entera satisfaccion que habrá en él las ropas y armas que los concurrentes les entreguen, á quienes darán un billete que exprese el número de la percha en que estan colocadas las ropas, y las devolverán á qualquiera hora que el dueño de ellas se presente con el billete en el mismo sitio. Dichos dependientes serán responsables de lo que se les hubiese entregado.
[...]
11.° Ninguna persona, de qualquiera clase ó condición que sea, podrá entrar en él baile con espada, sable, bastón ni otra arma alguna; y las que por su empleo ó profesión pudieren usar armas, deberán dexarlas en el guardarropa. 
Diario de Madrid, 21/02/1811
 
Fachada del Coliseo de los Caños del Peral, en 1788. Madrid. Dibujo del arquitecto Francisco Sánchez

Los bailes fueron un éxito. Se volvieron a celebrar otros tres en abril después de Semana Santa, y se volvieron a organizar otros después del verano en noviembre y diciembre. Entonces surgió un pequeño negocio en torno a esos bailes.
 
En la casa n.° 16, junto al coliseo de los Caños del Peral, quarto principal, se alquilan vestidos para máscaras de hombre y muger, mui primorosos, y para niños y niñas, y máscaras de todas clases adequadas á los vestidos. Estará abierto toda la noche hasta que se finalice el baile, para que puedan vestirse y desnudarse á qualquiera hora que gusten con las comodidades de braseros y demás que ofrece un quarto habitado. El caballero ó señora que guste pasar antes á escoger trage, se le guardará apartado dexándolo pagado, y habrá piezas separadas para vestirse con sirvientes de ambos sexos; y para que á qualquiera hora no se dude la casa y quarto, habrá en el balcón un farol de colores. Se guardará la ropa que se desnuden, dando contraseña para recogerla.
Diario de Madrid, 25/12/1811
 
Otro establecimiento en la calle de los Tintes ofrecía para alquilar trajes femeninos de maja, gitana, jardinera, serrana, armenia y antigua. Y además algo sorprendente para la época, un traje femenino con pantalón: el de turca.
 
En 1814, tras la expulsión de José I y la llegada de Fernando VII se volvieron a prohibir las máscaras. Primero durante las navidades y después en carnaval.
 
BANDO. Que para conseguir el debido buen orden en las noches próximas á la de Navidad, y que las diversiones no le turben, ni sean ocasión de excesos y ofensas no se use el trage de máscaras y disfraces, con los quales provoquen é insulten á persona alguna, ni profieran expresiones obscenas y provocativas, ni se excedan en cometer acciones indecentes, y demostraciones impuras é impropias de la religión y cristiandad de los vecinos y habitantes de Madrid [...] pero se permite en celebridad de las presentes fiestas el uso de los panderos, y demás instrumentos que se llaman rústicos, con tal de que en estas inocentes diversiones se guarde la moderación y conpostura que corresponde.
Diario de Madrid, 15/12/1814
 
El noble carácter de esta nacion y su loable y constante decision en favor de la buenas costumbres, ha tenido el dolor de ver introducir durante la dominación de los enemigos varias novedades en perjuicio del buen órden y decoro debidos á los sanos principios que siempre han distinguido á los verdaderos españoles. Entre otras de las máximas subversivas se adoptó en aquella aciaga época la de que hubiese máscaras públicas y privadas durante el tiempo de Carnaval; pero ya que la Divina Providencia ha auxiliado los esfuerzos de esta valerosa nación hasta el punto deseado de verse en pacifica tranquilidad, báxo el gobierno de su legitimo y amado Monarca, conviene imperiosamente adoptar las providencias convenientes á fin de que las buenas costumbres reciban su antiguo esplendor evitando por todos medios qualquiera abuso que pudiera perjudicarlas; por lo tanto MANDO:
Que ninguna persona, sea de la clase, que fuese, pueda ponerse disfraz de máscara ni pública ni privadamente, baxo el pretesto del actual tiempo de Carnaval, ni baxo otro alguno.
Diario de Madrid, 22/01/1815
Carl Spitzweg. Miércoles de ceniza
 
Durante el Trienio Liberal (1820-1823) en el que rigió la Constitución de Cádiz, se volvió a autorizar los bailes de máscaras. El primero tuvo lugar en enero de 1822 en el Teatro del Príncipe, actual Teatro Español en la plaza de Santa Ana.
 
El Domingo 27 de este mes se tuvo el primer baile de máscara á consecuencia del permiso que el gobierno concedió para esta diversión pública tan agradable á la juventud. Hemos oido hablar á todos con elogio del buen orden, y de la perfecta armonía que se notó en los concurrentes, asi como del buen gusto en los trajes, y de las graciosas invenciones de muchos de ellos. No obstante varias señoras salieron poco satisfechas de la disposición del tablado del teatro del príncipe, que á causa de la mala unión de las tablas las hizo frecuentemente tropezar y sacarles el zapato.
Periódico de las damas. 1822, n.º 5
 
Esta nueva etapa no comenzó con buen pie porque durante el baile del 3 de febrero se hundió parte del tablado resultando heridos algunos asistentes. Como la demanda era alta, empezaron a celebrarse bailes también en otro teatro de Madrid, el de la calle de la Cruz.
 
La empresa de los teatros de esta capital, agradecida á los muchos favores que merece á este heroico pueblo, y atendiendo á la estrechez de la localidad del teatro del Príncipe para que en él puedan contenerse todas las personas que desean disfrutar de los bailes de Máscara, ha obtenido del Gobierno la correspondiente licencia para que éstos puedan también celebrarse en el coliseo de la Cruz. Con este motivo se previene al público que mañana domingo 17 del corriente se verificará en el indicado coliseo de la Cruz un gran baile de Máscara igual á los del teatro del Príncipe; y en este último el séptimo de los que se siguen dando con motivo de las festividades del Carnaval. Los carteles del día anunciarán el orden establecido para la función, y el parage y método con que sé expenderán los billetes.
Diario de Madrid, 16/02/1822

Teatro de la Cruz

Los bailes de máscaras, siempre a merced de los vaivenes políticos, volvieron a ser prohibidos después del Trienio Liberal con la vuelta al absolutismo, pero parece que en los últimos años del reinado de Fernando VII se usaban máscaras y se celebraban algunos bailes porque fue necesario publicar bandos en 1830 y 1831 recordando la prohibición.

BANDO. Manda el Rey nuestro Señor, y en su real nombre la sala de Alcaldes de su Casa y Corte: Que para evitar los desórdenes y abusos que sé han notado en los años anteriores con motivo de las máscaras, infringiéndose las leyes del reino en la materia, ninguna persona de cualquier clase, fuero ó condición que sea, pueda transitar por las calles, de día ni de noche, en traje de máscara, introducirse bajo ningún pretexto en las casas particulares ni se permitan en ellas gentes ni bailes con esos disfraces, bajo las penas prevenidas en las mismas leyes. También se prohibe alquilar ó vender vestidos y caretas para los disfraces, bajo la multa de 20 ducados y la pérdida de los efectos.
Diario de Avisos de Madrid, 27/01/1830
 
En los últimos meses de reinado, estando ya enfermo Fernando VII, la reina consorte María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, actuando como regente, autorizó los primeros bailes de máscaras en Barcelona, una ciudad con muchísima afición a estos bailes y que había gozado de cierta permisividad. Después se autorizaron en Zaragoza y posteriormente en Madrid.
 
Escriben de Barcelona que habiéndose ya principiado, con permiso del Gobierno, los bailes públicos de máscaras que en la época actual acostumbran á darse en aquella ciudad, todo anuncia que este año serán magníficos y muy concurridos, atendido el alborozo que reina en todos los habitantes por el feliz restablecimiento de la salud del Rey Nuestro Señor, y por el entusiasmo con que han sido recibidos los memorables Decretos de nuestra Augusta Soberana.
La Revista española, 19/12/1832
 
El primer baile de máscaras en Madrid tuvo lugar en la calle San Bernardino y fue un éxito. Uno de los disfraces que más le gustó al periodista de El Correo fue el de "indio del Canadá".

Bien han podido gozar de este inocente desahogo, que lleva consigo la diversión dc las máscaras, el copiosísimo número de señoras, y el no menos considerable de hombres que concurrieron al baile de la calle de san Bernardino en la noche del 5 al 6 de este mes. Se veian en él muchos trajes notables por su riqueza ó por lo caprichoso de su composicion; los que á nosotros nos han complacido mas han sido dos: uno de indio del Canadá y otro de beata ó monja, ambos de una esquisita propiedad. La sala de baile estaba adornada con sencillez, pero con buen gusto, y lo mismo puede decirse de las demás piezas, que con ser muchas y capaces no bastaban á contener la numerosa concurrencia que en ellas llegó á reunirse.
El Correo, 08/02/1833
 
En este último año de reinado los más conservadores manifiestan su disgusto por las fiestas de carnaval. El periodista Manuel Casal, más conocido por su seudónimo anagramático Lucas Alemán, publicó un artículo en forma de carta en el que criticaba, además de las máscaras, algunas diversiones como los peleles, los gallos martirizados, la persecución de los perros y...
 
...el vistoso columpio de las jóvenes, que sin recato de lo reservado echan al aire el tinglado para que sea ventilado
El Correo, 11/02/1833
Goya. El columpio (fragmento)

En el carnaval de 1833 se produjo una eclosión de bailes después de una década de prohibición. Un periódico expresó su satisfacción sobre el desarrollo de la fiesta.
 
A medida que se acerca el término fatal de las carnestolendas se aumentan los saraos y diversiones de la estación. ¡Pero qué diferencia de tiempos á tiempos! A poner un pelele en el balcón, á comerse un ojaldre de postre al medio dia, y á asistir por la tarde al teatro á ver una comedia de magia, estaban antes reducidas por lo general las diversiones del pueblo de Madrid en el carnaval. A estos regocijos privados acompañaban desde las calles las ninfas del Avapies y Maravillas, manteando peleles y asaetando con los ojos vendados una porción de gallos colgados, cuyas sangrientas heridas celebraban y aun celebran con risa y algazara los tiernos y sensibles corazones de las manólas madrileñas. Los progresos de la civilización, que alcanzan á todas las condiciones de la sociedad como á todos los actos de la vida, han mejorado el gusto de los habitantes de la corte, y hoy no se divierten ya con lo que antes les arrebataba.
[...]
El que vaya á visitar una casa en estos dias puede estar seguro de encontrar á las señoritas, ó bien durmiendo para reponerse de la pasada fiesta, y prepararse para la venidera, ó bien desenterrando cofias, y briales, chupas y pelucones para acomodarlos á la presente temporada; y mientras cosen y descosen no hay quien las haga hablar sino de la orquesta, el dominó, el bastonero y la mazurca. Si sale uno á la calle á las diez de la noche, no encuentra mas que turcos y sultanas, vestales y arlequines con manólas y majas, acompañadas por contrabandistas y toreros de nuevo cuño. Por esta calle se ve atravesar un desvencijado y estrepitoso coche simon atestado de bailarines y caretas, cuyos enjutos caballos suspiran por el miércoles de ceniza, ó lo que es lo mismo, por el dia en que se los deje descansar: por aquella acera se descuelga una procesión dc dominóes, caperuzas y turbantes que llaman porfiadamente á una puerta, y mientras abren los de adentro se arma en la calle la bataola de soltar capas y ceñirse cardas, que con la prisa se truecan y enredan, causando la desesperacion de los que aguardan, aumentada por los sonoros ecos del violin y el acompasado pisar de los que se huelgan en la sala, olvidados de los que aspiran desde abajo á tomar parle en el regocijo.
El Correo, 18/02/1833
Raimundo Madrazo. Fiesta de carnaval
  
Este año Larra publica en su revista El Pobrecito Hablador el artículo "El mundo todo es máscaras; todo el año es carnaval"
 
¿Qué mejor careta ha menester don Braulio que su hipocresía? Pasa en el mundo por un santo, oye misa todos los dias y reza sus devociones; á merced de esta máscara que tiene constantemente adoptada, mirad cómo engaña, cómo intriga, cómo murmura, cómo roba:::: ¡Qué empeño de no parecer Julianita lo que es! ¿Para eso solo se pone un rostro de cartón sobre el suyo? ¿Teme que sus facciones delaten su alma? Viva tranquila; tampoco ha menester careta. ¿Veis su cara angelical? ¡Qué suavidad! ¡Qué atractivo! ¡Cuan fácil trato debe de tener! No puede abrigar vicio alguno.—Miradla por dentro, observadores de superficies: no hay dia que no engañe á un nuevo pretendiente; veleidosa, infiel, perjura, desvanecida, envidiosa, áspera con los suyos, insufrible y altanera con su esposo: esa es la hermosura perfecta cuya cara os engaña mas que su careta. ¿Veis aquel hombre tan amable y tan cortés, tan comedido con las damas en sociedad? ¡Qué deferencia! ¡Qué previsión! ¡Cuan sumiso debe ser! No le escojas solo por eso para esposo, encantadora Amelia; es un tirano grosero de la que le entrega su corazón. Su cara es también mas pérfída que su careta; por esta no estás espuesta á equivocarte, porque nada juzgas por ella.
[...]
la fantasma despidió de sí un pequeño resplandor, semejante al que produce un fumador en una escalera tenebrosa aspirando el humo de su cigarro, y á su escasa luz reconocí brevemente á Asmodeo, héroe del diablo Cojuelo.—Te conozco, me dijo; no temas: vienes á observar el Carnaval en un baile de máscaras, ¡Necio! ven conmigo; do quiera hallarás máscaras, do quiera Carnaval, sin esperar al segundo mes del año. Arrebatóme entonces insensible y rápidamente, no sé si sobre algún dragón alado, ó vara mágica, ó cualquier otro vagaje de esta especie. Ello fue que alzarme del sitio que ocupaba y encontrarnos suspendidos en la atmósfera sobre Madrid, como el águila que se columpia en el aire buscando con vista penetrante su temerosa presa, fue obra de un instante. Entonces vi al través de los tejados como pudiera al través del vidrio de un escelente anteojo de larga vista. Mira, me dijo mi estraño cicerone. ¿Qué ves en esa casa? — Un joven de sesenta años disponiéndose á asistir á una "suaré"; pantorrillas postizas, porque va de calzón; un frac diplomático; todas las maneras afectadas de un seductor de veinte años; una persuasión sobre todo indestructible de que su figura hace conquistas todavía...
— ¿Y alli? — Una muger de cincuenta años. — Obsérvala; se tiñe los blancos cabellos ¿Qué es aquello? — Una caja de dientes; á la izquierda una pastilla de color; á la derecha un polisón.— ¡Cómo se ciñe el corsé! va á exhalar el último aliento — Repara su gesticulación de coqueta — ¡Ente execrable! ¡Horrible desnudez! —Mas de una ha deslumbrado tus ojos en algún sarao que debieras haber visto en ese estado para ahorrarte algunas locuras.
El Pobrecito Hablador, 03/1833, n.º 12
 
En la década de los 30 del siglo XIX se produce un furor por los bailes de máscaras. El salón de baile del Teatro Real, todavía en construcción, se abre para bailes de máscaras al exorbitante precio de 50 reales.
 
BAILES DE MASCARAS EN EL SALÓN DE ORIENTE. Temeraria empresa habrá sido acaso la de disponer bailes públicos de máscaras en un salón que, por el lujo y buen gusto de su construcción, por la estension de sus dimensiones, y por el número de sus dependencias, es superior á cuantos edificios de esta clase se conocen en Europa; pues han debido crecer en razón de esta misma superioridad los gastos para muebles, alfombras, alumbrado y demás necesidades de tan vasto servicio, la dificultad de organizar una orquesta suficiente en número y pericia, y el compromiso de la dirección que trata de corresponder á la pública espectativa [...]
En los departamentos destinados para tocadores, se venderán guantes y zapatos para señoras, y ramos de flores del tiempo y de mano. La orquesta se compone de 60 profesores de los mas acreditados, bien por haber pertenecido, los unos á la real cámara, bien por ser los demás casi todos individuos de las dos orquestas de los teatros de esta corte [...] Habrá espaciosas salas para el ambigú; salas de juego donde serán permitidos el ecarté y tresillo; gabinete de lectura donde se encontrarán periódicos franceses, ingleses, portugueses y españoles, y varios salones para paseo y descanso de los concurrentes. En el ambigú y en las salas de juego se podrá fumar, como igualmente en otras localidades especialmente designadas al efecto por rótulos fijados encima de las puertas. El dueño del almacén de trajes de máscaras de la calle del Príncipe, núm. 13, tendrá en el teatro depósitos de trajes, dóminos y capuchones para señoras y caballeros. Las personas que concurran al baile con prendas de dicho almacén tendrán la ventaja de poder variar de traje en el curso de la noche, con solo abonar la mitad del alquiler de cada traje qua muden. Los bailes se concluirán al amanecer.
Diario de Avisos de Madrid, 22/01/1836
 
A ese precio la asistencia a los primeros bailes fue escasa y la empresa se vió obligada a rebajar el precio a 30 reales. En un artículo sin firma, pero atribuido a Larra, se lee:
 
Por fin el público ha entrado de lleno en la cuestión de máscaras, y los bailes toman vida y alegría [...] Madrid se ha negado á sostener una función al precio de 50 reales, y no solamente ha sido preciso hacer la rebaja imposible, sino que por carambola nos hemos encontrado con la halagüeña verdad de que también el empresario del magnífico salón se ha equivocado. Se ha hecho en él una rebaja (que no se podía hacer) de un duro, reduciéndose el precio á 50 reales, y en el otro la de medio duro (ch'ra follia sperar), reduciéndose al de un duro. Bien se ha dicho siempre, que una verdad trae otra.
El Español, 10/02/1836
Aquel año había donde elegir. El precio medio de los bailes solía ser 20 reales, pero los había más caros y más baratos.
 
¿Gusta V. de un baile dado en suntuoso y magnífico local? Ahí está el teatro de Oriente que convida á satisfacer el deseo. Vaya V., seguro de hallar lo que en Madrid nunca se ha visto. ¿Prefiere V. un baile mas concentrado, digámoslo asi, mas á la mano, pero elegante también, y rozándose con el lujo. El salón de santa Catalina, dice: Aqui estoy; y se encuentra V. con lo que busca. ¿Le conviene á V. un baile, que aunque también sea grandioso, consienta sin embargo el pantalón de color y la levita? No hay entonces que titubear: vayase V. en derechura al coliseo del Príncipe, que alli está. Entran luego los bailes de la Cruz, de la Fontana, y otros muchos, mas ó menos floridos, mas ó menos provistos de concurrencia: pero todos alegres, todos proporcionan diversión al nivel de lo que cuestan y de lo que valen.
Revista Española, 02/02/1836
 
Sobre los bailes más baratos decía un periódico satírico:
 
En cuanto á máscaras también somos nosotros de opinion de que no merecen tal nombre, ni aspiran á él, los caballeros de frac y clac ni lo merecen, aunque aspiren, los moritos que traen por turbante una tohalla, ni las vestales que traen por velo una sábana, ni los que se llaman marineros porque se han venido sin chaqueta y con pantalones de verano, ni aquellos discretísimos ingenios que se ponen la levita al reves, ó se forran de cucuruchos de papel, ó se envuelven en una colcha de indiana. Decimos, pues, que con estos y otros tales, ó nosotros tenemos trocado eÍ juicio, ó no se puede formar un gran baile de máscaras, sino una miserable turba de mamarrachos.
Nosotros 06/02/1838
 
Incluso había baile en la plaza de toros. En este caso en la misma sesión había un batiburrillo de diversiones, algo habitual en las funciones de la época.
 
Las puertas de la plaza se abrirán á las dos de la tarde, y principiará el baile cuando lo disponga la autoridad presidente. Las bandas de música de la Guardia Nacional de infantería y provincial de Santiago, compuestas de ochenta y cuatro individuos, oportunamente colocadas, tocarán á un tiempo y sin mas descanso que el de diez minutos, los bailes siguientes: manchegas, galop, rigodon, jota aragonesa, mazowrka y contradanza. Al frente de cada música habrá un bastonero para la dirección y arreglo de las parejas con el encargo de formar el círculo que fuese necesario. A las cuatro de la tarde habrá un corto descanso, durante el cual, y si el tiempo lo permite, se elevará un magnífico globo aereostático de quince pies de altura, con pinturas alegóricas; y al propio tiempo se permitirá la subida á dos cucañas, que contendrán un pavo y cuatro docenas de chorizos la una, y un jamon y cuatro capones la otra, que servirán de premio al que tenga la destreza de llegar á alcanzarlo. El baile finalizará al ponerse el Sol, anunciándolo las músicas tocando todas el Himno de Riego.
Diario de Avisos de Madrid, 14/02/1836

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